Como telón de fondo en el día del amor y la amistad, la falta de dinero para la compra de anticonceptivos y el miedo a quedarse solos por la migración limitan la sexualidad de los jóvenes venezolanos.
John Álvarez, de 20 años, y Amanda Aquino, de 19, estudian Derecho en la Universidad de Venezuela, donde es común ver parejas besándose y acariciándose.
Pero ellos, más recatados, prefieren refugiarse en el cuarto de John, en el primer piso de su casa en un barrio popular de Caracas, mientras sus padres y su hermana menor duermen en la planta baja.
En dos años de noviazgo nunca han visitado un hotel. Tendrían que pagar 10 dólares (unos 190 pesos) por seis horas de privacidad, que saldrían de sus modestos sueldos, prefieren destinar ese dinero en alimentos u otras necesidades, de acuerdo con un reportaje de AFP.
Hay otros casos como el de Oriana García, una estudiante universitaria que compra tratamientos cubanos cada tres meses en el mercado negro por cuatro dólares (alrededor de 80 pesos).
Esa situación no sólo la viven las parejas estables, sino también aquellos que se mantienen solteros o deciden tener encuentros sexuales esporádicos, tal es el caso de Johana que cuando está de “cacería” en Tinder, la popular aplicación de citas, pregunta sin pena a sus potenciales amantes por su “capacidad” económica.
No por interés, dice, sino porque está acostumbrada a costear la mitad de los gastos en una sociedad en la que los hombres suelen pagar las cuentas. Así, evita malentendidos.
Pero tiene un principio: nunca paga habitaciones de motel o condones, esta última una condición no negociable. "Sin gorrito no hay fiesta", sentencia.
“Lo que tiene que llegar, llega”, indicó. Prefiere encuentros casuales, pues considera que sus opciones se redujeron por la migración de unos 4.5 millones de venezolanos.
Para este San Valentín, las farmacias venden cajas de tres condones por dos dólares y anticonceptivos importados de cinco a ocho dólares, donde el salario mínimo en el país es de 6.7 USD al mes.