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El fútbol no será lo mismo desde que Cruyff empezó a jugarlo

Llamo a Juanma Lillo para que nos dé su visión de Johan Cruyff. Coge el teléfono sabiendo para qué le llaman. Voluntarioso como siempre, el de Tolosa responde cuando le cuento que es para hablar del ‘14’ que nunca le apetece hablar de estos temas tan desagradables, pero que por supuesto que nos atiende. Desde la primera palabra, su voz queda denota emoción. Vibra sin querer al pronunciar cada una de las palabras en una conversación sincera y dolorosa para una persona que ha admirado y querido tanto al que nos dejó este penúltimo jueves de marzo. “Qué dolor, macho”, repite en un par de ocasiones entre prolongados y necesarios silencios.

“Tengo que ser honesto –me dice Lillo–, porque cuando uno empieza en el fútbol sueña con ser futbolista y no entrenador, y por eso, lo primero que pienso es en que fue un grandísimo jugador de fútbol”. Cuando Johan rechazó al Real Madrid para jugar en un lugar donde poder desarrollar mejor todo su potencial, esto es, Barcelona, Lillo tenía apenas 9 años. A esa edad “ya empiezas a tener unas pequeñas nociones de fútbol”, y recordaba haber oído hablar de ese delgaducho delantero del Ajax que había ganado tres Copas de Europa consecutivas, un hito que nadie desde el Madrid de Di Stéfano había hecho. Y se enamoró. “Casi todas esas nociones mías tenían que ver con él. Eso pesa más que todo lo que después ha dado como técnico”, dice. Es más, Lillo destaca que a él le cuesta retener la imagen de entrenadores de los técnicos que fueron buenos jugadores.

Lillo recuerda al que era por entonces el mejor jugador del mundo, en una época en la que el Madrid dominaba en España pero no lo hacía en Europa. Los buenos ya no estaban en España, al menos no todos. Era complicado que pudieran estar en nuestro país con las dificultades impuestas por el régimen sobre los futbolistas extranjeros. Cruyff llegó al Barcelona y desde ese preciso instante empezó a cambiar la historia del club azulgrana. En España, precisamente desde Di Stéfano, no había un jugador con una influencia tan grande en tantos metros cuadrados del césped como tenía él. Y ese factor diferencial que él aplicaba pero del que el Barça no logró sacar provecho, es uno de los detalles que dejan prendado a gente como Lillo.

El origen del fútbol de posición

Pero aunque no lo destaque, Cruyff le influyó de manera ingente cuando decidió hacerse entrenador. Porque Johan desarrolló un fútbol que en Europa antes ya se había visto, pero no había alcanzado en ningún momento el nivel de perfeccionamiento y elegancia que logró el de Ámsterdam en el Fútbol Club Barcelona. Y Lillo hace ver un detalle del que no es simple percatarse si no se tiene en cuenta el desarrollo histórico del fútbol.

“Curiosamente, él crea un antes y un después, pero hay un antes de él en sí mismo. Nos hemos preocupado más en el antes gracias a él. De Michels, de Kovács, de la Hungría del 54... Al haberles ido tan bien a Cruyff y Pep, que crearon una obra tan maravillosa que no se va a poder opacar de ninguna manera, nos ha hecho retrotraernos, hemos intentado explicarnos el pasado por su creación. Los que sentimos el juego de posición como propio, tuvimos que echar la mirada para atrás para lograr entender todo el proceso creativo”.

Si Cruyff no hubiese ganado la Copa de Europa con el Barça, si hubiese pasado con más pena que gloria por el Camp Nou, lo que hicieron en su día Rinus Michels y Stefan Kovács se habría quedado oculto en algún baúl en lo más profundo de los sótanos del fútbol, esperando que algún infeliz se encontrase en ese fondo uno de los mayores legados que han surgido del balompié. A Cruyff no se le ocurrió jugar con un innegociable 3-4-3 porque lo soñase una noche, sino porque lo había conocido en su Ajax cuando él era el mejor de esa plantilla. Porque primero Michels y luego Kovács implantaron una idea de juego ofensivo basado en la posesión del balón y el posicionamiento como dogma que él comprendió y Guardiola perfeccionó. Es puro devenir dialéctico, como sería capaz de explicar el mismísimo Hegel.

“Hay que ser honesto”, vuelve a decir, cuando reconoce a José Luis Núñez como el artífice de que el Barcelona fuera tan grande en el inicio de los 90. “Muchísima culpa y responsabilidad del triunfo de Cruyff la tiene Ñúñez. Primero por su contratación y luego por su paciencia para mantenerlo. En el fútbol hacen falta grandes ideas y gente dispuesta a mantenerlas”. “Es cierto que Laureano Ruiz –entrenador que precedió a Michels en 1978 y que en la cantera del Barça empezó a crear un proyecto de futuro– había propuesto cosas en esa dirección, pero es la llegada de Johan la que le da tranquilidad y sentido a gente como Laureano para que las puedan desarrollar”, dice Lillo.

Recuerda también los momentos en la temporada 89-90 en los que Cruyff estuvo muy cerca de ser fulminado, donde sufría una gran presión mediática por el poderío aparentemente infinito de la Quinta del Buitre y cómo el por entonces máximo mandatario azulgrana confió en él, dejó que siguiera con su camino y le dio los poderes para hacer un gran primer equipo e idear un proyecto de cantera futuro que ahora, más de un cuarto de siglo después, está en su apogeo.