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Conoce el Mercado Izmailovo: el mejor lugar para comprar souvenirs en Moscú

Mundial Rusia 2018

Había una vez una adinerada familia, los Romanov, que en los prósperos años de Iván, a quien llamaban ‘El Terrible’, disfrutaba de una lujosa propiedad a la orilla del estanque Serebryano-Vinogradny. Años de cuidado fueron aprovechados por los herederos, que siglos después hacían de las suyas. Fue así como, por allá por la década de 1.600, Alexis de Rusia ordenó construir una isla artificial allí y un castillo acorde con su importancia.

La madera era el material de construcción predominante y para los arquitectos resultó práctico el trabajo de construir un enorme y lujoso hospedaje que se llamó simplemente ‘El palacio del zar’. Su color, su imponencia, el tallado de sus columnas y el color que le da el sol a su cúpula se conserva hoy, más de cuatro siglos después, cuando los cuentos de hadas rusos se cuentan desde estos puentes viejos y ruidosos, que chillan al paso del turista e invitan a hacer parte de la historia.

Al cuento y al castillo se ingresa por un enorme portal de madera que rompe, felizmente, con un montón de edificios grises y ajenos al paisaje. Es sólo pasar una angosta calle asfaltada y levantar la cara para encontrarse con una muralla blanca, de lado a lado de la vía, coronada por torres puntiagudas pintadas de rojo y verde y azules de todas las gamas y amarillos y más color a cada paso de la vista.

Una vez adentro se levanta el palacio zarino que ahora se enorgullece no de sus dueños sino de sus comidas, pues es un famoso sitio de comida tradicional rusa donde caben al menos 1.000 comensales. 

Allí donde Alexis y antes que él la famosa familia Romanov pasaban sus apacibles tardes la paz se quiebra cada día, y especialmente cada fin de semana, por culpa del artista, el músico, el artesano y al fin el vendedor de turno que han hecho de este impactante escenario lo que es hoy: el mundialmente famoso mercado de Izmaylovo.

Museos de vestidos, juguetes, cuentos, campanas y hasta el de la historia del vodka funcionan en estos enormes y viejos edificios con colores pastel en las fachadas y luces tenues en el interior. Para entrar a cada uno hay que pagar en promedio 200 rubros, lo que termina haciendo falta cuando se siguen dando pasos hacia el interior de este gigantesco espacio y se atraviesan los puentes de madera que llevan al corazón del lugar: la primera planta, donde funcionan todos los puestos de los artesanos. ¡Es el Disney de las matrioskas!

Ahí adentro no existe el tiempo. Se camina y se para en un puesto y luego en otro y es imposible no maravillarse con cada diseño, cada pieza pintada a mano por el personaje que se atraviesa hablando en inglés, español o lo que le toque con tal de vender su obra.

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Todas las nacionalidades confluyen acá para hablar un idioma único: ¡el de la rebaja! Se diferencian los discursos en el acento pero no en la misión final de lograr el mejor precio para esa cara de ojos expresivos y vestido rojo, con 5 o 7 piezas adentro, que lo dejó sin aliento.

Porque es muy común perder el habla por momentos en estos pasajes donde las bailarinas van dando vueltas en sus bases al ritmo de famosas canciones rusas, los abrigos de piel de zorro y los abrigados gorros de invierno atrapan especialmente a las damas, los tableros de ajedrez tiene soldados y caballeros vestidos de rojo y se enfrentan a los azules norteamericanos, de las matrioskas salen vestidos y rostros de los más hermosos colores -y también de vez en cuando las figuras de Gagarin o Putin en distintos tamaños- y al final faltan manos y ojos pero especialmente dinero para llevarse a casa todo lo que el recién llegado ve pasar.

Entre los compradores se van mezclando los dueños de tiendas que al saludo ‘Hola amigo!” cuando notan el español, te van llevando de la mano a sus tiendas, en los extramuros del mercado, metiéndose por los lados de los muros que llevan a las más grandes tiendas, llenas hasta el techo de recuerdos de Rusia en todas las tallas, dimensiones, colores, opciones posibles. Hay que confiar: estos sonrientes chicos siempre llevan a buenos destinos en Izmaylovo.

Es este el palacio del souvenir pero también del arte, de las pinturas que están en la parte posterior del castillo, a donde no llegan sino los más curiosos, y que se consiguen en promedio a 10.000 rubros (unos 460mil pesos colombianos). Para los más intrépidos hay un mercado de pulgas con antigüedades de todos los precios, segundazos y piezas nuevas, joyas tocadiscos, viejos abrigos y tapetes. Todo aquello que jamás podrá pasar el exigente control del peso de las maletas en los aeropuertos.

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Cuando viene el hambre aparece también la zona de comidas, que en este caso está a un costado del mercado y se identifica por el olor de la parrilla y frío de la cerveza. Ni lejanamente lujoso, el comedor es un espacio maravilloso, donde las mesas están tan juntas que es imposible no entrar en la charla con el argentino, el uruguayo, el brasileño y el mexicano: ¡cómo nos fuimos todos de este Mundial de m…! es la queja general al calor, o mejor al frío, de una buena cerveza. Desde la corrupción hasta la eliminación de Messi, desde la conveniencia del gobierno de izquierda en nuestros países -que al final son el mismo barrio- hasta la continuidad de Pékerman, desde la tragedia del hincha que se queda con el drama de la derrota y carga con su millonaria deuda, mientras su idolo se toma fotos en el yate casi contento de haberse ido de vacaciones… TODO se resuelve en el comedor.

Al final del día se multiplican las rebajas pero ya ni se sienten los pies y es imposible terminar la compra. Hay que volver. La mayoría de visitantes vuelve dos y hasta tres veces para asegurarse de no haberse perdido de nada y vuelve a casa con la certeza de que sí lo hizo. Y con esa amargura juega el vendedor, que va abrazando y preguntando en mal español: “¿cuándo volver de país suyo para comprarlo, llévatelo ahora!”.

Y tiene razón pero ya no hay retorno. Se compra más de lo que se debe y falta siempre más tiempo en un lugar con la magia de los cuentos y la realidad de las cuentas. Es Izmaylovo otro regalo de Rusia, que va sacando su encanto como de una matriuska, en piezas cada vez más pequeñas, más lindas, más dulces. 

La historia del pueblo de Izmaylovo se remonta a 1389. Desde la época de Iván el Terrible, fue una finca de la familia Romanov. En 1654, fue heredado por Alexis de Rusia, que construyó un castillo en una isla artificial en torno a 1664-1690. El castillo fue ampliado más adelante por los arquitectos Konstantin Thon y Mikhail Bykovsky. Sobrevivió al incendio de 1812, y ahora es un destino turístico al aire libre.

El Palacio del Zar - construido de acuerdo a los planos originales del Zar Alexei es un palacio del (siglo XVII) - un gran restaurante de cocina tradicional rusa llamado el Comedor del Palacio de Rusia se encuentra en este lugar. Tiene un área de 6500 metros cuadrados y una capacidad de 1000 personas en la orilla del estanque Serebryano-Vinogradny. Las fiestas de la ciudad, ferias y festivales se llevan a cabo en Kremlin de Izmaylovo. El mundialmente famoso "Vernissage" es la más grande exposición y feria de los artículos de bellas artes, artículos decorativos, la artesanía y los oficios nacionales, suvenires y antigüedades. El Kremlin en Izmaylovo es un museo de museos en el que el Museo de los “Vestidos y la Vida Rusa”, el Museo de las Campanas, el Museo de los cuentos de hadas de hada rusos, el Museo de Historia del Vodka y el Museo de los Juguetes Rusos se reúnen en un solo lugar.

FUENTE: EL TIEMPO DE COLOMBIA