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(VIDEO) El legendario Alí hizo ridículo con luchador japonés y ahora se expone Mayweather

 

 Pero el boxeador estadounidense puso reglas que le favorecen

Enfrentarse un boxeador a un luchador, ya se dio en la gran escena deportiva y lo hizo el más grande como se autodenominaba Mohamed Ali ante un japonés en 1975 y la pasó mal, ahora es una advertencia contra Mayweather que se las verá con McGregor este 26 de agosto, sin embargo este parece controlar todo porque fijó las reglas como una pelea de boxeo,.

En el caso de McGregor tendrá que estar los suficientemente concentrado para no lanzar patadas, rodillazos, ni codazos, entre otros movimientos característicos en la disciplina en la que es rey, las artes marciales mixtas.

El reto de Ali 

Muhammad Ali aterrizó en el aeropuerto de Haneda, en Tokio, como aterrizaba en cualquier aeropuerto del mundo: su séquito, sus cheerleaders, sus fans, sus cámaras y sus proclamas. «¡No habrá otro Pearl Harbor! ¡Muhammad Ali está aquí! ¡No habrá otro Pearl Harbor!». 

Quince días después, el boxeador despegó hacia el aeropuerto de Los Ángeles como era impensable que despegara: con una infección en la pierna izquierda, dos coágulos internos y la amputación como verdadera opción. Ya no volvería a noquear a nadie. 

Entre el 16 de junio y el 1 de julio de 1976, Ali sufrió el mayor bochorno de su carrera, la pérdida de su prodigiosa movilidad y, según varios biógrafos, el inicio de su ocaso. La historia de lo ocurrido en esas dos semanas, de la rara pelea entre el mito y el luchador japonés Antonio Inoki, es confusa todavía hoy. Si acaso existen dos certezas: todo empezó con una bravuconada de Ali y continuó por dinero, sólo por dinero. 

La comparación con el combate que el próximo sábado enfrentará a Floyd Mayweather y Conor McGregor en Las Vegas es inevitable. «¿Hay algún luchador asiático capaz de enfrentarse a mí? Le daré un millón de dólares si me vence». Al plantear la apuesta, Ali no debía de hablar en serio.

 Era abril de 1975 y aún estaba en plenitud -meses después vencería a Joe Frazier en el mítico combate en Manila- cuando lanzó la bravata, en una fiesta en la que se topó con el presidente de la Federación de Lucha de Japón, Ichiro Yada. Pero éste, sin embargo, le tomó la palabra. Y, como él, la prensa de su país, que la hizo portada.Al marzo siguiente, los patrocinadores de Inoki llamaron a Jabir Herbert, manager de Ali, con una oferta exagerada. «Por seis millones de dólares, ese es el motivo», respondió el propio boxeador cuando, ya en Tokio, le preguntaron por qué exponerse ante un rival así. 

Inoki había sido actor de la lucha libre japonesa y se dedicaba a promover las nuevas artes marciales mixtas -el show donde ha hecho fama McGregor-. En principio, no daba el nivel y, es más, nadie creía que habría pelea de verdad. Entonces, ¿Por qué la hubo? Según los allegados de Ali, el combate se planteó con la falsedad de la lucha libre, pero a última hora el boxeador rechazó la coreografía: tenía que noquear a Inoki y al árbitro, girarse para celebrar y luego caer por una patada traicionera del japonés.

 Según Inoki, Ali siempre supo que la pugna sería de verdad, pero, al ver al nipón tumbar a varios sparrings, se atemorizó e impuso unas reglas absurdas. El relato encalla entre ambas opiniones: el combate, en todo caso, fue ridículo. El 26 de junio de 1976, en el Budokan de Tokio, Inoki completó 15 rounds por los suelos intentando el único movimiento que la normativa creada por Ali le permitía: patearle por encima de la rodilla. 

El estadounidense, por su parte, apenas llegó a conectar seis golpes y dedicó la mayoría de su tiempo a alejarse del japonés. Los jueces finalmente decretaron el empate aunque, en realidad, era una nulidad. «Money back! Money back!», reclamó el público en el último round y Ali podría haber rebajado el cabreo con gestos y arengas, pero tenía una mayor preocupación: las botas de Inoki le había provocado un corte en la pierna y su médico, Ferdie Pacheco, aseguraba que los coágulos internos fruto de las patadas del japonés podían acabar en amputación. Pese a oponerse de inicio, el mito no tuvo más remedio que regresar a Estados Unidos y ser ingresado, no sin consecuencias para su agilidad, durante varias semanas.

 Inoki, en cambio, aprovechó la fama del combate para meterse en política, fue elegido para la Dieta de Japón y acabó incluso negociando con Sadam Husein la liberación de presos en Irak antes de la Guerra del Golfo. También montó una empresa de promoción de eventos que hoy, en su país, vende hasta condones.