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El 'Toro Salvaje' Jake LaMotta fallece a los 95 años

A Giacobbe LaMotta el cine le regaló la mejor de las victorias posibles. Quizá ningún otro deporte haya disfrutado de filmes tan memorables como el boxeo, y entre todos nada como "Raging Bull'', esa tremenda biografía que condujo el maestro de maestros del celuloide, Martín Scorsese.

A los 95 años, Giacobbe "Jake'' LaMotta acaba de partir de este mundo donde tanto golpe y sangre derramara en sus mejores tiempos del ring, pero quedará en la memoria de expertos y profanos por la tremenda película que en español fue titulada Toro Salvaje, ganadora de Oscar, con un Robert De Niro impecable, tan boxeador como lo fuera el ídolo del Bronx en aquellos días brutales cuando ser campeón significaba algo más que una faja de cuero.

Mucho antes de Gatti vs. Ward, de Pacquiao vs. Márquez, la rivalidad que iluminaba el deporte de los puños era la de LaMotta contra el que para la mayoría es considerado el mejor púgil de todos los tiempos: Sugar Ray Robinson.

Seis veces se vieron encima del cuadrilátero y una sola terminó en victoria para el hijo de italianos, pero su mayor orgullo fue no haber perdido por nocaut. LaMotta era derrotado pero no doblegado, reducido a un entresijo de músculos sanguinolentos y, a puro dolor, era incapaz de poner rodilla en tierra y abandonar.

"No me noqueaste Ray, no pudiste tumbarme Ray'', le gritaba a Robinson, a quien las palabras le producían un revulsivo, le redoblaban las fuerzas del castigo. En las derrotas de esta danza múltiple encontró lo mejor de su orgullo.

Eran tiempos turbulentos para el boxeo, dominados por la mafia. LaMotta reconoció en una audiencia ante el Congreso haberse dejado ganar una pelea en 1947 ante un rival dudoso, Billy Fox, por orden expresa de la Cosa Nostra. ¿Qué podía hacer?. Le iba la vida en la victoria. Gracias a esa "derrota'' -más un pago de $20,000- logró la oportunidad de retar al campeón mediano vigente, Marcell Cerdan.

Pero una vez en la pelea titular, LaMotta le propinó una paliza al francés que todavía se recuerda en los círculos de historia del boxeo. Ni la mafia pudo parar su camino hacia la corona, cuando el campeón era uno solo, indiscutido.

Al final de su carrera hizo de todo, fue propietario de bares, intentó brillar en el mundo de la comedia, trabajó en más de 15 películas, pasó seis meses en un penal por permitir relaciones de adultos con una menor en uno de sus establecimientos. El antiguo héroe del ring no pudo reinar en otros aspectos de la vida y se hundía en el penoso olvido…hasta que apareció Raging Bull.

Ni Rocky Marciano, ni Vinny Pazienzia, ni el legendario Robinson, ninguno de los más grandes boxeadores o deportistas de cualquier disciplina ha encontrado una caja de resonancia tan grande como la que este filme le ofreció a LaMotta, convertido en figura de culto, imagen de referencia.

Muchos de sus últimos años los pasó en la Florida. Solía ir de cuando en cuando a las carteleras locales, en Miami, para recibir el baño de adoración del público y recordar sus viejas glorias, aunque la película parecía opacar a la persona real. Alguna vez presencié una conversación donde eso le molestó, como que le habían robado su vida.

De Niro y Scorsese le hicieron el mayor de los regalos. Cuando el resto de los púgiles sean referencia en las páginas de historia, Jake LaMotta continuará vivo en la memoria de aquellos, incluso, que no tienen la más remota idea del boxeo. Aquí no vale eso de que la vida siempre supera al arte.