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Pacquiao expondrá su título mundial en Australia

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El filipino Manny Pacquiao, séxtuple campeón mundial de boxeo y actual titular welter (OMB), desembarcó en uno de sus últimos puertos de conquista pugilística: Brisbane, Australia.

Como si fuese un tripulante de las embarcaciones del célebre mercader y viajante veneciano Marco Polo, sigue conquistando nuevos escenarios boxísticos al compás de su grito de guerra: "¡No estoy acabado y puedo seguir en el ring!".

A los 38 años, Pacquiao es uno de los escasos referentes universales que conserva este deporte. Manny se dio el lujo de rechazar una oferta de 38 millones de dólares para combatir con el inglés Amir Khan en los Emiratos Árabes y escogió exponer su corona ante el ignoto retador local, Jeff Horn, de 29 años e invicto en 17 cotejos, en el Suncorp Stadium, un recinto futbolístico que agotará sus 50.000 localidades, el próximo sábado 1° de julio.

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Del mismo modo desafiante con el cual inauguró veladas rutilantes y millonarias en los casinos chinos de Macao, con sus duelos ante Brandon Ríos (2013) y Chris Algieri (2014), ahora se complace en retar al suceso máximo que cobija la historia del boxeo australiano: el célebre match en el cual Jack Johnson se consagró como primer campeón mundial pesado de raza negra, ante el canadiense Tommy Brurns, el 26 de diciembre de 1908, en Sidney. ¿Logrará tal impacto? Creemos que no.

El filipino extinguió su crédito en los casinos de Las Vegas tras su decepcionante derrota ante Floyd Mayweather, en 2015. Aceptó pelear con una lesión oculta -bajo un secreto insospechado- y su pobrísimo desempeño lo alejó de sus admiradores. No obstante, su reciente reconquista mundial ante Jessie Vargas, con una buena actuación sobre el cuadrilátero, lo volvió a potenciar.

Nadie está capacitado para desautorizar los intentos de permanencia en este oficio de un atleta que, desde 1998 hasta hoy, efectuó 21 cotejos mundialistas. Pacquiao contorneó su cuerpo entre los 50,800 kg y los 69,850 kg para ganar seis coronas en pesos diferentes. Sólo él y el estadounidense Oscar de la Hoya pudieron alcanzar estas marcas al cabo de casi 300 años de boxeo fiscalizado.

Emergente de las miserias más aterradoras de la pobreza asiática, se educó a través del boxeo y llegó a lo máximo. Previo a su match con Mayweather, las encuestas indicaban que su idolatría era absoluta. Incluso, superior a la que verifican los registros populares que produjo Corazón Aquino, la mujer que desterró las dictaduras políticas de Filipinas en la década del 80 al presidir el país tras el gobierno dictatorial de Ferdinando Marcos.

Tras varios fracasos en su intento por llegar al Congreso filipino, recién pudo ser electo como senador nacional en 2016, caracterizándose por sus duros lineamientos. Sus reacciones homo fóbicas le pasaron factura en modo precipitado, lo cual lo apartó de una parte de sus fanáticos.

¿Hay futuro para él - todavía- en la gran industria del boxeo? ¿Apasiona abrir foros y encontrar menciones sobre futuros choques con Keith Thurman, Adrien Broner o el argentino Lucas Matthysse? Será difícil recobrar el interés y el brío que causan tales suposiciones como en otros tiempos. Esa etapa de brillo, cuando sus novedades se convertían en el título principal de las páginas deportivas. Sólo resta disfrutar cada una de estas peleas, sin más. Son las últimas funciones de un campeón que escribió una historia irrepetible e incomparable. Altamente admirable.

Fuente: Diario La Nación Argentina