Keylor Navas revive la historia de Alejandro Morera Soto en España

MorerajoveAlajuela

Con la llegada del costarricense Keylor Navas al Real Madrid inmediatamente se ha actiivado el pasado azulgrana su antagónico rival y surge la figura del otro gran tico, Alejandro Morera Soto y su paso por el Barcelona que dejó huella (otro tico Carlos Soley también jugó allí antes ), aunque lo vivió en momentos tormentosos de España, porque pese a que ganó buen dinero no pudo sacarlo del país en los días que estalló la guerra civil en 1936 cuando ya estaba en Hércules de Alicante. Una historia para no perdérsela que la ofrece el periodista y escritor español  Frederic Porta.

La mágica historia de Alejandro Morera Soto

La llegada de Keylor Navas a primera línea del estrellato futbolístico, allí donde el foco alumbra con dimensión planetaria, no ha servido de rebote para arrojar ningún tipo de luz sobre su gran precedente en la liga española. Tampoco nadie habló de Alejandro Morera Soto (su nombre lleva el estadio de Liga Deportiva Alajuelense que es junto al Deportivo Saprissa los equipos más ganadores y populares de Costa Rica) cuando el guardameta paró, y mucho, en el Levante, seguramente a causa de las ocho décadas transcurridas, pero vale la pena recrear la biografía de aquel personaje singular, casi canonizado en su país de origen, Costa Rica. Muestran los ticos una inveterada costumbre a glorificar a sus glorias nacionales, a aquellos paisanos que disparan el orgullo nacional de tan diminuto país hasta el extremo. El seguimiento del triunfo de Navas en su propia nación ha rozado la beatlemanía o casi. Con su abuelo y predecesor Morera sucedió exactamente lo mismo cuando España ni siquiera había padecido su Guerra Civil. Vamos a recrear esta desconocida y apasionante historia.

 

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Alejandro Morera nació en Alajuela, tierra exuberante, volcánica, rodeada de selvas y cafetales. Los hijos de los terratenientes, educados en Inglaterra, habían importado el foot-ball mucho antes incluso de que se desparramara por el Viejo Continente, con casi veinte años de ventaja –y eso es mucho– sobre su llegada a España. Morera apenas rozaba el 1,65 de estatura, moreno, delantero goleador con empeine prominente, exagerado, llamado Pie de piña entre los suyos. Un modesto deportista con enorme ambición, determinado a seguir los pasos de los primeros héroes locales, aquellos que consiguieron la plata en los Juegos Centroamericanos de 1921, cuando su vecino José Luis Solera y apenas once compañeros más formaron un equipo ganador, venerado por sus compatriotas. Para abreviar con su biografía, fue Solera quien le abrió camino para recomendarle al equipo del Centro Gallego de La Habana, donde Morera hizo sus pinitos siendo apenas adolescente. Después, regresó a casa para ganar dos campeonatos con su Alajuelense del alma antes de llamar la atención del Hakoa All Stars, equipo judío del barrio neoyorquino de Brooklyn, donde aprendió trucos importados por emigrantes de Centroeuropa. Ya famoso y reconocido en la región, Morera traba amistad con Ricardo Saprissa, personaje básico en su biografía. Saprissa había jugado en el Español y era un deportista completo que dividía su tiempo entre el fútbol, el tenis y el hockey, ora en Costa Rica, ora en España. Tal vez fuera él quien inoculara en Alejandro el veneno de una obsesión mil veces comentada: quería permitirse el gustazo de cruzar el charco para meterle un gol al mito del momento, el máximo estímulo de cualquier goleador pendiente de conocer quiénes eran los mejores antídotos en su oficio. Naturalmente, si eras gran goleador, el reto se llamaba Ricardo Zamora, el Divino, considerado, urbi et orbe y sin necesidad de globalización, el mejor arquero del planeta.

 

Llega el año 32 y la fama del Alajuelense trasciende fronteras. Morera y sus compañeros son invitados a realizar una gira por México que significará su consagración definitiva. La prensa local le compara con el fenómeno de moda, Gaspar Rubio, el rey del astrágalo, bohemio trotamundos del balón que aprovechaba parones del Real Madrid para ganarse sus buenas perras en los campos mexicanos. La de Rubio es también una biografía apasionante, lástima que no podamos afrontarla aquí y ahora. Volvemos a Alejandro Morera, rebautizado en México con el pomposo alias de El emperador del fútbol. Entrevistado en El Nacional ya como famoso futbolista, Morera confiesa que abandonará pronto sus estudios de Farmacia porque se ve con ganas y talento para convertirse en profesional del balón. Declara al periodista:

 

“Para mí, el fútbol es un arte. No puedo comprender el juego sucio. Me han pegado mucho, se lo reconozco, pero creo que el fútbol ideal consiste en guardar el balón de manera limpia, sin tocar al contrario. Está claro que debes poner corazón y entusiasmo, sin olvidar que hay que jugar bien. Veo que, en México, los rivales nos superan técnicamente. Son más científicos que nosotros, los costarricenses, que lo entendemos a base de facultades y entusiasmo”.

 

En plena gira, gozando ya de esa recién ganada fama, Morera recibe dos ofertas. Una, lejana, casi remota, de Racing de Avellaneda, frustrada por problemas de comunicación y algunos malentendidos. Otra, del Centro Asturiano de México, equipo que le persigue sin éxito. Él ya ha tomado la decisión, se ve con capacidad y ganas de afrontar su reto íntimo casi obsesivo, aun cuando le cueste dejar en Costa Rica a su novia de siempre, Julita Pacheco Pérez, la hija del coronel de Alajuela. Me voy a España, a perseguir un sueño.

 

El propio Saprissa decide echarle una mano y le entrega una carta de recomendación para la directiva de su Español, aunque es Juan Bernal, comerciante valenciano, quien le paga el viaje en barco, presionándolo en dirección hacia Mestalla. Vaya, parece como si se lo disputaran en la distancia. Y aún se complicará más el embrollo porque en la larga travesía marítima de 28 días, Alejandro Morera entabla amistad con un directivo del Barcelona apellidado Gispert, quien, obviamente, también barre hacia casa hablándole maravillas del Barça y Les Corts. Estamos a punto de acabar el invierno del 32 y el club azulgrana aún no se ha recuperado de la enorme crisis provocada por el presidente Juan Coma, cuando decidió jubilar, seguramente por celos, a la fantástica generación de la Edad de Oro. Coma se cargó a Vicenç Piera, amadísimo por la parroquia azulgrana, y mantuvo un pulso ganador con Josep Samitier, a quien acusó de tener ya 34 años y estar acabado para el fútbol cuando apenas acababa de entrar en la treintena y el mito aún guardaba grandes tardes que ofrecer. El desquite de Samitier consistió en aprovechar la invitación de su amigo Santiago Bernabéu y fichar por el Real Madrid, acción que, pese a todo, cabe situar en su contexto. Entonces, el gran y acérrimo rival del Barça se llamaba aún Español.

 

Por fin, Alejandro Morera atisba puerto barcelonés y tal como pone el pie en su nuevo hogar, se dirige al chalet de Sarriá, sede del Español. Le recibe el matrimonio Camarasa, cuidador del estadio, que nada sabían de su visita. Con buenas palabras, le comentan que el equipo, directivos incluidos, está de viaje en Bilbao, tardarán en regresar y que no le pueden atender cuando se limitan a cumplir órdenes en su modesta tarea. Maleta en ristre y sin otras referencias, Morera cruza la Diagonal para dirigirse a Les Corts. Ni corto ni perezoso, tanta espera, tantos meses fraguando su plan, le empujan a tomar decisiones aceleradas, prácticamente en cuestión de horas. El Barça es un polvorín. El entrenador, Jack Domby, no acierta con la tecla de renovación. Atrás quedaron las vacas sagradas de los años veinte y ahora, apenas cuenta con el joven Martí Vantolrà –vaya, otra biografía casi cinematográfica– para iniciar la reconstrucción. Además, el ambiente futbolístico se haya enrarecido: desde el advenimiento de la República, la gente está por los mítines, la política, la reivindicación de cualquier signo y la lucha de clases. La pasión por el balón ha decrecido de manera espectacular. Domby recomienda su incorporación y Coma le pone precio: Sueldo mensual de 500 pesetas, un anticipo de seis mil pesetas por la firma del contrato y la promesa de que, a partir de septiembre del 34, si daba buen rendimiento, pasaría a figurar entre los mejor pagados del equipo, con 700 pesetas de sueldo y 600 de complementos hasta sumar 1.300, no muy lejos de las 1.700 que percibe toda una figura reconocida como Ramón Zabalo.

 

La noticia es recibida con júbilo en Costa Rica, donde se exagera la operación y se llega a publicar que Morera percibiría la friolera de 200.000 pesetas, exageración superior incluso al déficit global de 178.000 que genera formidables tensiones en el seno de su nuevo club. Su contratación ha generado dimisiones de directivos que acusan a Coma de ser un insensato despilfarrador. El Barça del momento, desde luego, no pasará a la historia. El equipo titular del 33-34 anda formado por Nogués; Zabalo, Alcoriza; Martín, Guzmán, Font; Vantolrà, Bestit, Arocha, Ramón y Parera, con el recién incorporado escorado a la izquierda por jerarquía de los consagrados Arocha y Ramón. No andan nada bien y acaban la liga undécimos, a pesar de los 13 tantos de Vantolrà y los nueve aportados por el recién llegado Alejandro, lejos, muy lejos, del máximo goleador, Isidro Lángara, quien, al servicio del Oviedo, ha firmado 26 goles. De todos modos, Morera es feliz: en la cuarta jornada de liga le ha metido un gol a Ricardo Zamora, ahora defendiendo la puerta del Madrid, en la derrota por 1-2. Tras sellar el tanto, y según testifican las fotografías de prensa al día siguiente, el delantero tico ha tenido un gesto casi reflejo.  Ha ido a darle la mano al portero, como pidiéndole perdón por su atrevimiento. Morera ya es el costarricense de moda, superando a su predecesor en el club, Carlos Soley(el otro tico que jugó en Barcelona) , que apenas llegó a jugar tres partidos en tiempos de Gamper.

 

Alejandro Morera convence: 41 goles en 43 partidos durante su temporada de debut, 68 tantos marcados, entre oficiales y amistosos, en sus dos primeras campañas como azulgrana, constante en las fotografías con el cabello rebosante en gomina peinado hacia atrás, siguiendo la moda de la época. En Costa Rica le apodan El Mago, apelativo que no cuaja en Barcelona por tener ya propietario anterior, Pepe Samitier. El Barça continúa estirando más el brazo que la manga. El mítico Ferenc Plattkó se convierte en el nuevo técnico y el club ficha dos extranjeros de postín, el uruguayo Enrique Fernández –posteriormente, entrenador de éxito– y el austrohúngaro Emile Berkessy, un trotamundos gigantón nacido en lo que hoy sería Rumania, mediocentro de tremenda envergadura y experiencia. Berkessy y Morera se convierten en amigos del alma sin importar la chocante diferencia en altura. Ahora sí, parece que el Barça acierta con los refuerzos porque entran en acción Josep Raich, Josep El Maestro Escolá, Antonio Franco y Mario Cabanes, destacados jóvenes provenientes de otros conjuntos catalanes. Cabanes, de corta carrera porque prefirió dedicarse a la medicina, logra en la prensa el título de tercer mosquetero al ser compinche constante de Emilio y Alejandro. El equipo mejora, pero es irregular hasta extremos, capaz de grandes goleadas y enormes ridículos. Morera no consigue su sueño de triunfar como delantero centro, plaza ahora en propiedad de Raich, el hijo de unos porqueros de Molins de Rei, un chico muy educado y de sobresaliente técnica, de hondas convicciones católicas que protagonizará una histórica espantá, a poco de empezar la Guerra Civil. Le querían dar el paseíllo, tuvo que huir a Francia y, para colmo, la prensa deportiva republicana le cubrió de improperios al calificarle de fascista en la tremenda escandalera del llamado caso Raich.

De izquierda a derecha, en la fila superior: Nogués, Berkessy y Vantolrà. Debajo, Morera.

De izquierda a derecha, en la fila superior: Nogués, Berkessy y Vantolrà. Debajo, Morera.

Llega el verano del 35 y Morera ha decidido irse a conocer Centroeuropa en el coche de Berkessy, pero los planes se van al traste a causa de novedades generadas por la galopante crisis económica del Barça, que necesita dinero contante y sonante a la voz de ya. La renovación de contrato de Morera ha salido como tiro por la culata. El goleador quiere mejorar su sueldo y el club opta por la solución drástica, sacárselo de encima para reducir gastos, sin importar que sea un tremendo error deportivo. Aprovecha el interés del recién ascendido Hércules de Alicante y acepta un traspaso cifrado en diez mil pesetas que sienta fatal a los aficionados. Al fin y al cabo, Alejandro apenas ha cumplido los 25 años y su futuro se antoja espléndido. En Alicante, se frotan los ojos con la noticia y el semanario Stadium le recibe con los brazos abiertos:

 

“El notable jugador barcelonista Alejandro Morera ha sido adquirido por el Hércules. Ésta fue la grata noticia que llegó a conocimiento de los aficionados alicantinos. Nadie podía figurarse que uno de los principales punteros de la vanguardia, ¡nada menos que del Barcelona!, pudiera ingresar al Hércules. Pero afortunada e inesperadamente ha podido llevarse a efecto gracias a las diplomáticas gestiones de los esforzados directivos herculanos. Congratulémonos, pues, del fichaje de Morera, quien se queda al cobijo de las laderas del Benacantil”.

 

Iniciada la campaña 35-36, Morera visita Les Corts vestido con las gruesas franjas albiazules y se le dispensa un caluroso recibimiento, reflejado así en la prensa barcelonesa:

 

“Morera, que saltó ayer al campo dispuesto a dar el máximo rendimiento, realizó un partido formidable. Es inexplicable que el Barcelona se desprendiera de este jugador, que supera a todos los que forman la vanguardia azulgrana. Fueron mejores catadores los directivos herculanos, que hoy tienen en su cuadro a un Morera que es, sin duda, uno de los mejores jugadores de España”.

 

Pierde el Hércules 1-0 como sale derrotado por 5-1 en su visita a Chamartín, donde Morera vuelve a medirse con Zamora. Y le vuelve a batir, ya con 4-0 en el marcador, tras una sensacional jugada personal. Como apenas quedaban ya diez minutos de juego, El Divino, arrebatado en uno de aquellos gestos populistas que tanto prodigaba, sale de su portería para felicitar al delantero rival tras sellar tan precioso gol. Morena le agradece el detalle de cortesía, replicándole con ironía: “No hay de qué, sólo es el primero de los doce que aún te pienso marcar”. Zamora regresó bajo palos con la sonrisa en el rostro y, una vez duchado, comentó personalmente la anécdota a los periodistas, ratificando que Alejandro era mucho más atrevido de lo que podían imaginar.

Ricardo Zamora

 

Esta vez, sí, ahora no hay excusas: hagamos el viaje a Budapest y otras capitales centroeuropeas suspendido el verano anterior a causa del traspaso. Celebremos que el Hércules ha quedado quinto, igualado precisamente con el Barcelona, en su temporada de aparición entre los grandes. Morera ha sumado nueve goles ligueros, ahora alineado como interior derecho, sin que haya manera de ocupar en España su posición natural de ariete, ya que en Alicante se lo impide Blázquez, autor de doce tantos. Por fin, Los tres mosqueteros, Berkessy, Morera y Cabanes, inician la aventura. Julio del 36, ¿les suena la fecha? Sí, estalla la Guerra Civil y tanto Hércules como Barcelona recomiendan a sus pupilos turistas que prolonguen la excursión allende fronteras por razones de simple seguridad. Aquí, nadie sabe cómo acabara esto. Van pasando las semanas y Morera vive gracias al buen corazón de su amigo Berkessy. No hay manera de sacar dinero de España, de hacer una transferencia. Hasta Costa Rica llega el rumor de que Alejandro lo ha perdido todo, todo lo que guardaba y había ahorrado en Alicante. Deprimido, decide regresar a casa. Cabanes se ha ido, hastiado por la situación, confiesa que colgará las botas para recuperar los estudios. Berkessy tampoco regresará, iniciará otra aventura en Marruecos para estirar un poquito más eso de ganarse la vida con el fútbol. Alejandro Morera Soto decide jugar un par de amistosos con el equipo de Le Havre, la única manera que se le ocurre de ganar el dinero suficiente como para pagar el pasaje de vuelta en el costoso trasatlántico. Vive con lo puesto, prácticamente. Por fin, el 2 de noviembre del 1936 regresa a Costa Rica, tres años después de comenzar su gran aventura vital y deportiva. Los compatriotas le reciben en el puerto de Limón como si esperaran a un héroe. A las pocas semanas recobra la normalidad, la rutina de años mozos y vuelve a jugar en su Alajuelense, se casa con Julita. Continúa siendo la gloria del fútbol nacional hasta su temprana retirada en 1941.

 

No crean que cuando cuelga las botas desciende el apasionante tono de su biografía. De inmediato, entrena a la selección de Costa Rica, ahora capitaneada por otro mito del balón local, Rafael Fello Meza, y emprende negocios privados con la compra de algunos terrenos de cafetales. Fracasa y prácticamente se arruina, pero los paisanos, dispuestos a ayudarle, le empujan hacia el servicio público. Intachable en su honestidad, en su bonhomía, Morera es elegido diputado en el Parlamento, paso previo a convertirse en gobernador de la provincia de Alajuela. Por decisión popular, en 1966, el estadio de la Liga Deportiva Alajuelense pasa a denominarse Alejandro Morera Soto. Ya maduro, siempre celebridad local, bregado por la experiencia, expresa así su manera de ver y entender el deporte que le convirtió en distinto: “Un partido de fútbol es la vida misma. Hay emoción, alegría, tristeza, amargura y duda… El fútbol es inteligencia y capacidad física que se basa en el señorío, la caballerosidad y la humildad. La vida del ser humano se hizo para servir a los demás. Si la vida hay que darla en un campo de juego, la vida se da”. Poco después de morir, ya en la década de los setenta, víctima de una infección en los riñones y el avance del proceso de arterioesclerosis cerebral que sufría en los últimos tiempos, los paisanos de Morera cumplieron su última voluntad y enterraron su corazón bajo la gradería este del estadio que lleva su nombre, el del equipo rojinegro, al pie de una placa que recuerda su extraordinaria, sorprendente, accidentada carrera que, de repente, por otro de esos giros insospechados del destino, vuelve a cobrar relevancia gracias a otro paisano, otro tico que tuvo la ocurrencia de querer emular a Ricardo Zamora en otro siglo, en otro milenio, pero en el mismo fútbol y en la misma liga de siempre.

* Frederic Porta es periodista y escritor.