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La lucha de las futbolistas argentinas para que se les reconozca como profesionales

En 2012, con 20 años, la argentina Macarena Sánchez dejó su ciudad natal, Santa Fe, y se fue a vivir a Buenos Aires para jugar en uno de los cuatro grandes clubes de fútbol femenino, el UAI Urquiza.

Como delantera, salió cuatro veces campeona nacional y logró el tercer puesto en el máximo certamen continental, la Libertadores. Pero nunca firmó un contrato ni obtuvo un sueldo como jugadora porque, sobre el papel, el fútbol femenino en Argentina no es profesional sino amateur. Sánchez se ha puesto sobre sus espaldas una tarea ciclópea: revertir esa realidad y lograr que las futbolistas gocen de los mismos derechos laborales que cualquier otro trabajador.

El pasado 5 de enero, durante las vacaciones, su entrenador la llamó para decirle que no contaba con ella para la segunda mitad de la temporada. Como no era un despido formal, no recibió ninguna indemnización. Por el mismo motivo, tampoco pudo recurrir al sindicato de futbolistas. Pero dos semanas después Sánchez acudió a la Justicia. "Intimé al club para ser regularizada y reconocida como jugadora profesional, y a la AFA (Asociación del Fútbol Argentino) para que interceda", cuenta Sánchez en su casa.

 

 

"El reclamo no está bien hecho porque al no tener contrato la AFA no es responsable", responde Jorge Barrios, al frente de la Comisión de fútbol femenino de la institución. "No son jugadoras profesionales. Para que la AFA pueda reconocer el vínculo laboral tiene que haber contrato", insiste Barrios. En la actualidad, los clubes se limitan a presentar una lista de buena fe con los nombres de las jugadoras que integran sus equipos, al igual que se hace en el fútbol amateur. Desde el UAI Urquiza se han negado a hacer declaraciones, a excepción de repudiar las amenazas contra Sánchez.

"Constantemente nos dicen que somos amateurs y la realidad es que no. Nos exigen como profesionales porque no podemos faltar a entrenar, nos cuidamos fuera de la cancha como cualquier deportista de alto rendimiento y vamos incluso enfermas a entrenar porque sabemos que no ir nos puede perjudicar", señala Sánchez. Hasta que la despidieron, la delantera del UAI Urquiza recibía como único pago 400 pesos (10 dólares) mensuales para los viajes diarios de ida y vuelta al club.

La futbolista explica que los equipos grandes —Boca Juniors, River Plate, UAI Urquiza y San Lorenzo— "tienen un sistema que encubre la relación laboral" que consiste en dar trabajo a las jugadoras en alguna entidad que depende del club y al que tienen que renunciar una vez que el vínculo cesa. "Ese (trabajo) sí está en blanco, ahí sí tenés aporte (a la seguridad social) y un sueldo básico", aclara.

Adriana Sachs, defensa de la selección argentina de 24 años, realiza tareas de limpieza en el UAI Urquiza. "Acá no es profesional y por ende no podemos vivir del deporte, de lo que nos gusta realmente hacer", lamenta Sachs. "Hacemos muchísimo sacrificio sin ninguna recompensa y sin que nos reconozcan nada, sabiendo que dormimos pocas horas, ya que trabajamos, entrenamos y muchas de las chicas también estudian. Se van de sus casas a las seis de la mañana y vuelven a las once de la noche o más tarde. Algunas tenemos suerte de que el club nos dé la posibilidad de un departamento para poder dormir y descansar y un trabajo de pocas horas, pero eso pasa en poco clubes", agrega.

Hoy, la única salida profesional que tienen es irse al extranjero. "En Argentina, los tres años que estuve en Boca tenía un viático que me daba el club más la obra social [cobertura médica]. Antes de eso jugaba en Estudiantes de La Plata, donde lamentablemente yo pagaba para jugar y eso que el club estaba en Primera", dice desde Madrid Ruth Bravo, fichada el año pasado por el Club Deportivo Tacón, actual líder de la Segunda división española. "Yo acá me dedico solo a estar bien y a entrenarme para estar cada vez mejor. Esto no significa que me estoy salvando la vida, pero sí que puedo disfrutar de jugar y dedicarme a seguir creciendo, cosa que en Argentina no pasa", destaca Bravo.

 

Esta jugadora, que luce el dorsal ocho de la selección, celebra que por primera vez vayan a jugar amistosos internacionales para prepararse de cara al Mundial que se disputará el próximo junio en Francia. Cerca de 15.000 personas las alentaron en noviembre durante el partido de repechaje contra Panamá. La clasificación, la primera en 12 años, les dio mucha visibilidad pero no mejoró sus condiciones laborales. Para la profesionalización en Argentina "faltaría poner plata y hacerle contrato a las jugadoras", opina Bravo.

Otro de los problemas es que las instalaciones son deficientes, admite Barrios. "Faltan lugares físicos donde las chicas puedan entrenar y no hay muchas canchas con iluminación artificial", apunta el responsable del fútbol femenino en la AFA. En su opinión, la profesionalización que reclaman las jugadoras requiere de patrocinadores, como Iberdrola en España, y duda que aparezcan hasta que Argentina no salga de la crisis que atraviesa. "Lamentablemente la situación económica del país hace que sea cada vez más difícil mantener la publicidad. Soy presidente de un club (de fútbol masculino, el Estudiantes de Buenos Aires) y este año ya se nos cayeron tres publicidades", explica.

 

"Más temprano que tarde el fútbol femenino va a ser profesional pero es un largo camino porque venimos con una diferencia de 60 años con los varones", opina Marisa Pérez, presidenta de Macfut, una organización que promueve la inclusión de mujeres en el fútbol. Para reducir esa diferencia, Pérez pide promover el fútbol mixto en las escuelas primarias y fuera de ellas. En los últimos años ha crecido el número de niñas que quiere jugar, pero muchas no encuentran clubes dispuestos a aceptarlas ni ligas en las que competir. Ese iba a ser el caso de Candelaria Cabrera, una niña de ocho años que se desesperó cuando su club, Huracán de Chabás, le comunicó que no podría seguir jugando cuando cumpliese nueve porque a esa edad estaban prohibidas las formaciones mixtas y tampoco había equipo femenino. Después de una gran campaña mediática, abanderada por las jugadoras de la selección, la liga local extendió hasta los 10 años los equipos integrados por ambos sexos.

"Que triste escuchar tantos millones por un jugador y saber que el femenino ganamos 3.000 pesos (76 dólares) por mes", lamentó el pasado 10 de enero en Twitter Belén Potassa, compañera de Sachs en el UAI Urquiza y en la selección. Ese día se había difundido el fichaje del colombiano Jorman Campuzano por Boca Juniors por unos cuatro millones de dólares. Las más de 400 respuestas al mensaje de Potassa reflejan el machismo que rodea al fútbol en Argentina: en su mayoría son hombres que se burlan de ella y le contestan que el fútbol femenino no le importa a nadie ni genera dinero. A Sánchez la insultan a diario y hasta la han amenazado de muerte. "Hay muchas personas enojadas por tus denuncias. Hay bastante dinero por tu cabeza. Vas a morir muy pronto", recibió en un mensaje anónimo que ya es investigado por la Justicia.

 

Desde el año pasado, el fútbol femenino en Argentina tiene Primera división, con 16 equipos, y Segunda, con 20. Todos ellos pertenecen a la capital argentina, la provincia de Buenos Aires y la ciudad de Rosario. Los clubes del resto del país compiten en ligas locales y están excluidos de participar en competiciones internacionales.

 

 

Sánchez, oriunda de Santa Fe, una ciudad a 450 kilómetros de Buenos Aires, recuerda lo difícil que fue empezar a jugar ahí. "Me miraban como si fuese un bicho raro que está ahí jugando un deporte que no es suyo", dice sobre sus primeros partidos, en la plaza cercana a su casa, con seis años.

A los ocho, sus amigos pudieron entrar en escuelas de fútbol, pero ella no encontró lugar hasta los 15, en el equipo de la Universidad Nacional del Litoral, donde podía entrenar pero no jugar porque no era estudiante. "No había ni siquiera liga y sabía que me tenía que venir a Buenos Aires para estar más cerca de la profesionalización, porque en el interior es muchísimo más precario", asegura Sánchez.

"Desde chiquitas nos dijeron que no íbamos a poder, que el fútbol no era nuestro ambiente", cuenta. Perseveró y jugó durante siete años en la capital argentina. Alentada por el movimiento feminista — "que ha ayudado un montón a que las mujeres levantemos la voz, dejemos de lado el miedo y empecemos a pedir lo que nos corresponde"— juega el partido más difícil: conseguir la profesionalización del fútbol femenino.

Fuente: El País