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James Rodríguez logra refrescar el juego del Bayern Munich

El Bayern Múnich es una gerontocracia en todos sus estamentos. El consejo dirigencial está integrado por un triunvirato de amigos del que Jupp Heynckes, el entrenador, de 72 años, es la bisagra que articula dos voces discordantes, la de Uli Hoeness, el presidente, de 65, y la de Karl-Heinz Rummenigge, el director general, de 62.

En el vestuario los veteranos también reúnen poder ejecutivo en la gestión: Hummels, de 28; Ribéry, de 34; y Robben, de 33, han decidido que su técnico sea Heynckes en detrimento del destituido Ancelotti y de Thomas Tuchel, la primera apuesta del presidente para reemplazarle. El modelo es imperfecto pero lleva dos meses en marcha y el club parece agradecido. El máximo exponente de los buenos resultados no es un anciano sino un jugador al que muchos en Madrid dieron por acabado: James Rodríguez, de 26 años, el hombre que, toque a toque, pase a pase, el martes por la noche en la última jornada de Champions desfiguró al PSG.

Enfrentados como modelos antitéticos, el Bayern y el PSG se mezclaron en el grupo B como dos fórmulas en un mortero. A un lado, la planificación austera y tradicional; al otro, la plantilla más rica del planeta, construida en tiempo récord a fuerza de la mayor inversión en fichajes de la historia en un solo verano.

La mutación del Bayern en el torneo, de la crisis a la euforia, se explica a partir de la evolución del PSG, que completó seis partidos memorables y batió ampliamente el récord de goles de la fase de grupos de la Champions desde que se inauguró el formato en 1999. En total, 25 tantos a favor y cuatro en contra. Un recorrido impecable desde la goleada al Bayern en París (3-0) que solo se interrumpió el último día con la derrota en Múnich (3-1) a manos de un Bayern decididamente inclinado hacia los viejos principios prusianos de Heynckes.

Interrogado por la goleada sufrida aquel 27 de septiembre, un jugador del Bayern señaló con dos palabras la conducta temeraria de su exentrenador, Carlo Ancelotti, en las horas previas al partido: “¡Se inmoló!”.

Cuentan en el club bávaro que antes de acudir al Parque de los Príncipes el técnico italiano no hizo la charla táctica de rigor y en cambio limitó toda la preparación del choque a pegar la lista de titulares en una pared del hotel. Allí no figuraban los veteranos, los líderes de facto del equipo, ni Robben (33 años), ni Ribéry (34), ni Hummels (28). El motín estaba en marcha. Rummenigge “se quitó el velo”, como dijeron sus colaboradores, y comprendió por fin que debía echar a Ancelotti, al que cada vez más empleados acusaban de nepotismo y falta de sentido profesional en su gestión. Varios jugadores denunciaron que las prácticas que dirigía el hijo del técnico, Davide Ancelotti, con cargo de segundo entrenador, eran propias de diletante.

Los métodos de trabajo de Ancelotti fueron seriamente cuestionados desde los despachos, lo mismo que su ojo clínico para elegir jugadores. En este ámbito, sin embargo, el italiano desmintió a sus críticos: sus principales apuestas fueron James y Tolisso. Hoy, después de semanas de confusión, los dos crecen día a día. No de la mano de su mentor despedido sino por obra de Heynckes, que lo primero que hizo fue encerrarse con los futbolistas y, uno a uno, decirles a la cara lo mal que los veía físicamente y lo mucho que les quería ver entrenarse sin resuello. La charla más áspera fue con Arturo Vidal, a quien el técnico encontró descuidado. Ambos se conocían desde que coincidieron en el Leverkusen en 2009. Ambos se aprecian mucho. El martes Vidal fue al banquillo y, contra su naturaleza, permaneció impasible. Heynckes no ha repetido alineación. Todos parecen respetar el estado de cosas.

Sin contrato firmado

“Ellos quieren que yo juegue un poco más atrás”, dice James, sobre su integración como volante interior, al menos de partida. “Me han pedido que sea el hombre que limpie el juego del equipo”. El colombiano está físicamente impecable. Fino como un fondista, sus actuaciones van precedidas de la ubicuidad: en todas partes aclara la maniobra. Algo parecido sucede con Tolisso, convertido en un elemento polivalente, capaz de jugar como central, lateral, mediocentro y mediapunta, y autor de dos goles frente al PSG.

Dicen que Heynckes mantiene una relación tan familiar con el Bayern que ni siquiera firmó un contrato. Hoeness le ha pedido que se quede más allá de 2018 pero él insiste en irse al cabo de la temporada. Quizás vislumbre que con esta plantilla desgastada no vivirá tranquilo dentro de un año, por más que James Rodríguez, cedido por el Madrid, contribuya a que el equipo resquebrajado de septiembre parezca una espléndida maquinaria en diciembre.

El presidente del PSG asistió a la derrota de su equipo en Múnich (3-1) con un visible enfado que exteriorizó entre dientes al acabar el partido. “En la próxima ronda también podemos jugar contra un gran equipo; ahora si queremos llegar lejos en la Champions será necesario preparase”, dijo, mientras la prensa francesa evocaba el nubarrón de la “remontada”, el 6-1 del Camp Nou que los eliminó de la Champions la temporada pasada, cuando Unai Emery, el técnico, señaló que aquella goleada les serviría de lección. En Múnich, Emery volvió a hablar de aprendizaje.

Obsesionado con ganar el título, Al Khelaifi se gastó 400 millones de euros este verano en fichar jugadores, convencido de que si su inversión resultaba aplastante, su superioridad deportiva también lo sería. En Múnich se desengañó. “En la primera parte no jugamos a nada”, dijo. “Estoy muy decepcionado”.