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Persisten las dudas científicas sobre la efectividad de la hidroxicloroquina en lucha contra el coronavirus

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En la carrera por encontrar un tratamiento eficaz contra el Covid-19, un viejo fármaco ha resurgido de la botica donde acumulaba polvo y desatado una locura mundial por hacerse con él cada vez mayor. Para cuando el Ministerio de Sanidad y las consejerías autonómicas se lanzaron a aprovisionarse de hidroxicloroquina, la respuesta fue que "hasta finales de abril, no hay más dosis".

Como avanzó este periódico hace ahora un mes, la hidroxicloroquina —una versión más moderna y segura del fosfato de cloroquina— protagonizó un resurgimiento cuando los médicos chinos que la aplicaron en hospitales de Wuhan, Beijing o Guangzhou comprobaron cómo el tratamiento lograba acortar la enfermedad y mejoraba el pronóstico de los pacientes.

La producción mundial de este medicamento es limitada, pese a no ser un fármaco nuevo. El fosfato de cloroquina debutó en los años cincuenta del siglo pasado como remedio contra la malaria, aunque desde hace décadas está en desuso, dado que el protozoo que provoca la enfermedad (Plasmodium falciparum) comenzó a desarrollar resistencia, por lo que fue sustituido por antipalúdicos basados en otro principio activo, la artemisina. Tan solo en algunas áreas de América Central se continúa usando con este fin, aunque el compuesto también ha demostrado ser efectivo para la artritis reumatoide o el lupus.

Sin duda, la enorme locura internacional que hay ahora mismo por hacerse con cajas de este medicamento tiene un único responsable.

No, no es Donald Trump. Ni tampoco Elon Musk ni todas las celebridades que se han sumado a un 'hype' que ha provocado el agotamiento global de las reservas. El responsable es un virólogo francés llamado Didier Raoult que actualmente forma parte del consejo científico Covid-19 que asesora al Gobierno de Emmanuel Macron. Raoult dirigió el estudio que fue publicado el 4 de marzo en el 'International Journal of Antimicrobial Agents' y posteriormente el ensayo clínico llevado a cabo en Marsella y que presentaba un cóctel de hidroxicloroquina y azitromicina, un antibiótico, como el combo fatal contra el SARS-CoV-2.

El ensayo clínico terminó el 16 de marzo, se subió a internet el 17 y se publicó el 20 en la misma revista. Es decir, sin apenas tiempo para revisiones. Para cuando han aparecido las críticas de otros científicos, tanto de las evidencias de la efectividad 'in vitro' del fármaco como de los múltiples fallos procedimentales del ensayo clínico marsellés, España se apresuraba a almacenar 390.000 dosis de hidroxicloroquina proporcionadas por la farmacéutica Teva y los presidentes de medio mundo se enzarzaban en una guerra fría geopolítica para abastecerse del producto. Así funcionan las cosas en estos tiempos enrarecidos.

Elena Gómez Díaz, investigadora en el Instituto de Parasitología y Biomedicina del CSIC en Granada. Por sus estudios con la epigenómica de la malaria, Gómez Díaz, galardonada con una beca Leonardo de la Fundación BBVA, es una perfecta conocedora de la hidroxicloroquina, de sus mecanismos... y, sobre todo en este caso, de sus limitaciones.

Estos medicamentos, en su uso principal contra la malaria, estaban ya prácticamente descatalogados, ¿no es así?

Sí, la cloroquina y la hidroxicloroquina, que es un derivado mejorado y un poco menos tóxico, han sido de los principales medicamentos antipalúdicos desde los años cincuenta. Se fabrica muy fácilmente y es muy barato, por lo que para países en desarrollo, que es donde principalmente ocurre la malaria, ha permitido una distribución muy amplia y un uso masivo. Lo que ha ocurrido es que precisamente por eso, a lo largo del tiempo, el parásito de la malaria ha desarrollado resistencia a este fármaco, de manera que ya en la mayor parte de lugares no se utiliza porque no es efectivo.

P. ¿De dónde se extrae exactamente la cloroquina?

R. Su origen es natural, es del grupo de las quinolonas. Su historia se remonta a Perú, donde los indígenas extraían la corteza de los árboles cinchona y usaban el extracto —Cinchona officinalis— para combatir los escalofríos y la fiebre en el siglo XVII. En 1633, se introdujo esta medicina herbal en Europa, donde se le dio el mismo uso y también se empezó a utilizar contra la malaria. Hans Andersag y su equipo descubrieron en 1934 la cloroquina en los laboratorios Bayer de Elberfeld, dándole el nombre de Resochin.

P. Cuando escuchó que la cloroquina podía ser efectiva contra el Covid-19, ¿le sorprendió, dado que la malaria la causa un parásito y esta enfermedad un virus?

R. Lo que la cloroquina hace en el caso del Plasmodium es que, cuando este infecta al glóbulo rojo, utiliza la hemoglobina para sacar aminoácidos esenciales. En ese proceso de utilización de la hemoglobina, libera una molécula que se llama hemo, pero el parásito necesita metabolizar ese hemo porque es tóxico para él. La cloroquina lo que hace es bloquear esa transformación, de manera que ese producto tóxico se acumula en la célula y el parásito acaba muriendo.

P. ¿Qué sentido tiene combinar la hidroxicloroquina con azitromicina, que es un antibiótico, al tratar de combatir un virus?

R. Este es el estudio de un grupo francés, realizado en un hospital en Marsella. Es el primer estudio que trata esto, pero se ha publicado de manera muy rápida —los resultados se presentaron la semana pasada y el artículo se publicó a los dos días— y es un poco controvertido, porque el número de pacientes que han entrado en el ensayo clínico era muy pequeño, hay controversia en cuanto a cómo se han tratado los datos, qué se considera positivo y qué no, cómo han progresado de manera clínica los pacientes y también en cuanto a que era un ensayo en el que los pacientes no se escogían de forma aleatoria, que es lo necesario en un ensayo clínico, y por último han excluido pacientes sin dar una explicación de por qué.

P. Justo en ese estudio creo que utilizan la hidroxicloroquina no como fármaco principal sino como profilaxis para los contactos cercanos, al estilo de lo que se hace con la malaria.

R. Bueno, lo que intenta evitar es la infección de las células, como prevención. Igual que se utiliza como prevención para la malaria, en el caso del coronavirus se intenta, bajando el pH en el interior de las células, evitar que los virus entren, de manera que rebajaría la carga viral de la gente que esté ya infectada, de manera que transmitan menos y desarrollen en menor medida la enfermedad.

P. En resumen, es prometedor pero al mismo tiempo tremendo que sin saber aún a ciencia cierta si funcionará los gobiernos de medio mundo se hayan puesto a aprovisionarse de hidroxicloroquina. ¿Va por delante el ansia por encontrar una cura que las evidencias científicas?

R. Sí, es un gran error, porque si existen unos procedimientos, es porque es necesario que existan. Cualquier fármaco tiene que cumplir dos condiciones: ser eficaz y ser seguro y no tóxico. Los dos van de la mano, no se puede lanzar algo sin estar 100% seguro de que no va a ser peor el remedio que la enfermedad. Si bien utilizando fármacos que ya están en el mercado y llevan una trayectoria muy larga de estudio, como es el caso de la hidroxicloroquina, nos ahorramos tiempo, no sabemos el comportamiento de estos fármacos en el contexto de la enfermedad del Covid-19.

Si bien necesitamos una solución rápida, la ciencia necesita su tiempo para proporcionar las respuestas adecuadas. Si no le damos ese tiempo, la respuesta no va a ser adecuada. Todos los avances y toda la potencialidad científica que estamos viendo ahora son gracias a investigaciones que hace tiempo que empezaron, son grupos que ya llevan mucho recorrido investigando sobre el coronavirus y otras enfermedades virales.

Polémica en Francia por la cloroquina

Mientras la pandemia de COVID-19 se despliega por el mundo, en Francia comenzó una polémica sobre la utilidad de la cloroquina para contenerla. (REUTERS/Guglielmo Mangiapane)

En Francia, con casi 20.000 casos de coronavirus identificados y 860 muertes desde la expansión del COVID-19 (186 sólo ayer), Didier Raoult, director del Instituto Mediterráneo de Infección en el Hospital Universitario (IHU) de Marsella, anunció en un video (al final de esta nota) el "final de partida” contra el virus: la cloroquina, dijo, una medicación utilizada contra la malaria, había eliminado los síntomas del 75% de los 24 pacientes en los que él la probó.

Sin embargo, mientras la población preocupada por el avance de la pandemia comenzaba a formar largas filas —con máscaras y distancia social— frente a las puertas del IHU, las autoridades sanitarias de Francia recomendaron que no se utilizara la cloroquina contra el COVID-19 ″salvo en casos graves hospitalizados y bajo vigilancia médica", en palabras del ministro francés de Salud, Olivier Véran.

El Alto Consejo de Salud Pública y el primer ministro francés, Édouard Philippe, anunciaron también que la recomendación se basa en la prudencia, dada la falta de estudios sobre la eficacia y la seguridad del fármaco para combatir este nuevo coronavirus, se acompaña de varios ensayos clínicos e invitaron a los hospitales a "incluir la mayor cantidad posible de enfermos” en ellos.

 

Las pruebas comenzaron el domingo 22: se trata de un trabajo europeo coordinado por Francia, llamado Discovery, que espera analizar a unos 3.200 pacientes, por ahora franceses, españoles y alemanes, en París, Lyon, Nantes y Lille. En algunos enfermos se probará una droga contra el VIH y en otros un antiviral contra el virus del ébola; la cloroquina se sumó como tercera terapia y se estudiará desde el 27 de marzo.

“Hay estudios clínicos importantes en marcha para identificar los tratamientos más eficaces y hacerlos accesibles a los franceses, pero los resultados tardarán aún algunos días. Confiemos en nuestros investigadores, en nuestros médicos”, dijo Véran, en una polémica discreta pero explícita con Raoult, el especialista en enfermedades infecciosas que está convencido de la eficacia de la cloroquina. Además, subrayó este médico, en el 25% de los pacientes que no mejoraron no mostraron trastornos secundarios derivados de la droga.

Entre los efectos indeseados que se le conocen a este tratamiento contra la malaria que se ensaya contra el COVID-19 se incluyen convulsiones, náuseas, vómitos, sordera, cambios en la visión y baja presión arterial.

 

Raoult, además, contradijo al gobierno francés al ofrecer en IHU tests del nuevo coronavirus a gran escala. Su idea para terminar la pandemia es analizar para conocer las cifras reales de infectados, con y sin síntomas, y aplicar cuando sea necesario el tratamiento con el cual obtuvo “resultados esperanzadores”, según dijo.

“Algunos ven en él un profeta, un científico loco, un genio incomprendido o un gurú con una pócima mágica para responder a la angustiante crisis planetaria que plantea el coronavirus”, lo describió la radio RFI tras las críticas que recibió Raoult por su prueba limitada a sólo 24 pacientes. Los científicos advirtieron que nada se dijo sobre los efectos negativos de la cloroquina (sobre todo en los ancianos y cuando se administra en conjunto con algunos antibióticos) y criticaron las condiciones del ensayo de IHU, que no tenía grupo de comparación con un placebo.

“Su rostro, enmarcado por su largo cabello blanco y una barba que recuerda al mosquetero D’Artagnan, ocupa la portada de este martes del diario Libération: ‘Cloroquina: ¿esperanza o espejismo?’”, citó RFI. Raoult, hijo de un militar y una enfermera nacido en Senegal, es un investigador de prestigio internacional, autor de descubrimientos notables (la identificación de dos bacterias, entre ellos) y autor de innumerables publicaciones científicas. En 2010 recibió el premio del Instituto Nacional de Investigación en Salud y Medicina de Francia y actualmente dirige uno de los centros más importantes del mundo sobre enfermedades infecciosas emergentes.

 

“Es un gran microbiólogo, un gran infectólogo", dijo a la radio francesa Arnold Munnich, cofundador en Paris-Necker del hospital universitario Imagine, dedicado a las enfermedades genéticas, y antiguo asesor de salud del expresidente Nicolas Sarkozy. "Sabe de lo que habla y haríamos bien en prestar atención a lo que dice”, agregó. Como él, el ex ministro de Salud Philippe Douste-Blazy manifestó “mucho respeto tanto por el hombre como por el investigador”.

Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó sobre el peligro de los “estudios reducidos” —un retrato hablado del de Raoult en IHU— sobre tratamientos y las “falsas esperanzas”. En esa misma dirección, el Alto Consejo de Salud Pública de Francia recomendó que la cloroquina "no se utilice en ausencia de una recomendación, salvo en casos graves, hospitalizados por decisión colegiada de los médicos y bajo estricta supervisión médica”, como detalló Verán.

El Consejo excluyó expresamente “toda prescripción en la población general o para formas no severas en esta etapa, a falta de datos concluyentes”.

El especialista, por su parte, no ha mostrado timidez a la hora de polemizar: "La cloroquina es un medicamento barato y sin peligro, utilizado desde hace más de 70 años”, dijo Raoult a la agencia AFP.

En efecto, la droga que descubrió Hans Andersag en 1934 aparece en la Lista de Medicamentos Esenciales de la OMS, que incluye drogas seguras y efectivas que se consideran necesarias para todo sistema de salud.